Detrás de la óptica María Esteban estoy yo, sí, María Esteban. Ponerle este nombre a mi establecimiento no fue por falta de imaginación o porque sea una ególatra, sino porque quería que este fuera un lugar destacado por el trato de persona a persona, contemplando las diferencias y atendiendo a mis clientes con nombre propio.
Tampoco mi ubicación actual es casualidad. Me gusta la vida de barrio porque conecta directamente con el espíritu de esta empresa. Un espíritu que se resume en una sola palabra: proximidad. Aunque eso no significa que solo atienda a personas del entorno próximo, claro.
Confieso que no contemplé la óptica como un trabajo vocacional y que elegí estos estudios porque me gustaba muchísimo la física. Ahora bien, cuando comencé a conocer en detalle el ojo me quedé completamente fascinada. Desde entonces no he parado de estudiar.
Considero que la formación continua es una de las claves de este negocio. Siempre ha sido así pero, en los últimos años, resulta esencial porque las tecnologías digitales están transformando todos los campos de conocimiento. También el nuestro.
Antes de abrir mi propio establecimiento, trabajé como empleada en otro. Allí aprendí que el ojo es mucho más que ese dispositivo físico-biológico tan fascinante: comprendí la importancia de entender a cada persona y sus necesidades concretas. Y supe que un conductor de autobús y una ejecutiva pueden tener un problema similar, pero requieren de soluciones diferentes.
Mi carácter retador supuso algunos conflictos familiares cuando fui adolescente. Pero eso pasó hace mucho. Hoy, mi manera de enfrentarme a los casos difíciles marca el estilo de esta óptica, capaz de tratar como nadie los casos más complejos.